Toda la vida
escuchando hablar del Erasmus cuando llegas a la universidad o a estudiar un
grado superior, y de repente te dan la posibilidad de irte de Erasmus en un
grado medio, una posibilidad que no había barajado nunca ya que pensaba que no
existía, pero que sin ninguna duda, sabía que quería solicitar.
Varios
destinos, entre ellos Milán, opción que descartaba de primeras, pero el que
finalmente fue mi destino. No hablaba italiano, tampoco lo entendía, pero no lo
veía un problema, un cursillo más el día a día allí sería lo que me haría
desenvolverme, y en caso de no entenderme con el idioma, malo sería que de los
6 españoles que íbamos, ninguno se familiarizara con él.
Así
que allá fuimos, una compañera de clase y yo empezábamos la aventura, un día de
aeropuertos y muchas horas, hasta llegar al piso donde nos íbamos a encontrar
con 4 compañeros más. Muchos nervios por si la convivencia saldría bien, por si
congeniaríamos, pero nervios que desaparecieron nada más pisar aquella casa. Se
respiraba paz, tranquilidad y muy buen rollo, por lo que hacer piña nos llevó
menos de dos minutos.
Vivíamos
en una casa muy grande, por lo que la veíamos poco acogedora cuando llegamos,
pero que con los días, fuimos haciendo muy nuestra, con zonas para las famosas
fiestas de la fama del Erasmus, y otras zonas más del día a día.
Estábamos
5 minutos del Duomo, para mí, era sanador poder disfrutar de el a cada segundo,
una de las cosas por las que finalmente haber escogido Milán fue todo un
acierto, a pesar de no haber sido mi primera opción.

A
diferencia de otros Erasmus, el nuestro se basaba en hacer las prácticas, a las
que teníamos que acudir todos los días por semana a una residencia geriátrica a
una hora en metro de donde vivíamos. Allí había gente que hablaba en español,
en italiano, y otros en ambos idiomas. No vamos a engañarnos, al principio nos costó
acostumbrarnos, la manera de trabajar allí es completamente diferente a lo que
estábamos acostumbrados aquí, pero pronto nos acomodamos a ello.
Por las tardes salíamos a recorrernos sitios que nos quedaban más a mano, y los
fines de semana aprovechábamos para viajar, ya que el tiempo era limitado y los
días pasaban demasiado rápido.
Solíamos
viajar todos juntos, fuimos a Venecia, Verona, Lago di Como, Navigli, a la
nieve… también a Genova, que se lleva un trocito especial, ya que ese viaje
solo lo compartí con una compañera.
También hubo algún que otro percance, una escayola y un par
de muletas, que nos impidieron seguir viajando lejos durante unas semanas, pero
lo hicimos por alrededores, sin desaprovechar el tiempo.
Eramos una piña en todo, pero sobretodo en los momentos mas
duros, nos apoyábamos mucho, sabiendo que a pesar de acabar de conocernos,
éramos lo que teníamos allí, en ese momento. Aunque ahora, a pesar de haber
pasado el tiempo, y estar ya cada uno en su ciudad, seguimos manteniendo el
contacto, alegrándonos de las cosas buenas que nos pasan, y contando los unos
con los otros. ¡Y que bonito poder llevarme de esta experiencia a gente buena!
Como nosotros decimos, nuestra familia Erasmus.
En resumen, irte de Erasmus es una experiencia que tienes
que vivir, es intensa, pero que agradeces que sea así, que aprendes un idioma a
la fuerza, porque si, lo acabas aprendiendo aunque no lo creas, creces como
persona y te ayuda a sentirte bien al haber conseguido tus metas aun estando a
tantos kilometros de tu casa y de tu zona de confort. Aunque no olvides que la vida
Erasmus se acaba, y toca volver a casa, sabiendo que esta vida no va a volver,
y si, da pena.